Cacería de brujas

 


“Sus terrores crepusculares avanzaban ahora

en forma de monstruos que se arrastraban hacia la cama

y trepaban, dificultosamente, por la colcha…”

 

Horacio Quiroga

 

 

Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró al cuarto, después de deshacer la cama, sola ya, sintió en el pecho un temblor. Sobre los muebles había plumas, polvo de huesos y sedimentos de sangre.

Jordán, el esposo de Alicia, apagó las luces y dejó la sala a oscuras para que descansara de los susurros de aquel cuerpo vacío y marchito que, entre las sombras de la noche, se agigantaba como un millón de pájaros.

En la montaña, una mujer miraba una fotografía. El calor había recorrido su figura esclava y rejuvenecida de fiebre y la había abandonado con un estallido de fuego que luego se apagó lentamente. Ella se dio cuenta de que lo había hecho... La luz ya había perdido su fulgor.

El viento lloraba a través de la cortina de la choza y cubría su cara inerte frente al óxido de los ataúdes, cordones de zapatos tejidos con cabellos humanos, morteros y lámparas de aceite. Su risa era curiosa, tal vez irónica, en su boca sin dientes.

La batalla estaba ganada. Pensó que tendría que cavar un pozo para borrar las huellas.

Sin embargo, el mal vuelve a su raíz con abundancia y confusión para hacer justicia con las mismas armas.

Se escuchó el sonido de un trueno y el aire comenzó a soplar seguido por un rayo que partió la tierra.

‒¡Voy a emprender una difícil y larga travesía!‒gritó la mujer aterrada por el miedo a morir ante el castigo de los dioses.

El huracán azotó la vieja casa y volaron los objetos: libros de magia, colmillos de marfil, ollas negras con jarabes de hongos y la foto de Alicia castigada con elementos punzantes y agujas de acero.

El fuego incendió los recodos con hambre de venganza y la hechicera se dejó vencer en su cama bajo un edredón de plumas. Su propia fuerza interior, aquella que utilizó siempre para sus burbujeos con lava en la maraña de sus ritos, la dejó inerme y obligada a la postración sin poder defenderse.

Un minuto después, se produjo un silencio fantasmagórico que inundó las calles, enmudeció las voces y apagó los ecos de pasos en esa noche que moría de debilidad.

Jordán subió la escalera, fue hacia el dormitorio y miró por la ventana. Se percibía un olor tropical pero… había llegado el invierno al jardín de Alicia.


Fraixlujan

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