Buenas y Santas...Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 1era parte)
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Buenas y Santas... (Cap 3 Atilio 1era parte),
Buenas y Santas...---Luján Fraix
·
Luján Fraix
Luján Fraix
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marzo 15, 2020
3-ATILIO
“A la ausencia no hay quien se acostumbre
otro sol no es tu sol aunque te alumbre
y la nostalgia es una pesadilla.”
Mario Benedetti
SANTA
FE DE LA VERA CRUZ
EL
COLOR DE LA SANGRE
Pasaron
los meses y Atilio volvió del servicio militar. Doña Emma no lo sabía todavía.
Ella se hallaba en el comedor con sus labores.
Se
oyeron unos golpes en la puerta y entró el negro Jeremías para recordarle que
era la hora de vestirse para la cena. Emma se levantó y miró la calle de
tierra; el sol que se estaba escondiendo le daba un aire melancólico a la estancia.
Había teñido de un color escarlata la fachada del galpón de las herramientas.
Por una inexplicable razón pensó en Atilio, realmente lo extrañaba mucho. El
firmamento parecía una gran bóveda que sabía demasiado sobre las alegrías y
penas de sus hijos a quienes, desde el infinito, abrigaba… Pensó en la ardiente
vida de Atilio, tan perspicaz y aventurero. No podía imaginarlo obedeciendo
órdenes de generales y de coroneles.
‒Su
madre está en el comedor, pero no sabe nada de su regreso‒le dijo Jeremías con
un gesto de complicidad.
Atilio
ya sabía que era libre, sólo esperaba ser feliz y empezar un nuevo camino.
“Ninguna vida se echa a
perder sino aquella cuyo crecimiento se detiene”
Oscar Wilde
‒¿Madre,
me perdona por haber llegado tarde a cenar?
Doña
Emma, con lágrimas de alegría, corrió a abrazarlo y lo miró una y mil veces
como si no lo conociera.
‒Eres
incorregible. ¿Por qué no me avisaste que llegabas hoy? ¡Felicitas,
Bernardino…!‒comenzó a llamar a toda la familia‒Estás flaco, mi niño.
‒Estoy
bueno‒dijo Atilio entre risas.
‒¡Remedios,
sirve la cena!‒gritaba doña Emma que no sabía para dónde dirigir sus órdenes.
La
sala se hallaba abarrotada de gente: los hermanos, los criados, el capataz, los
peones y Jeremías que lo había recibido en la puerta sonreía con un gesto trémulo
y servil. Sentía una rara humildad, casi falsa, que lo convertía, por momentos,
en un ser delirante.
Atilio
se sentó en el sofá y volvió la cara hacia Felicitas.
‒¡Qué
hermana tan bella!
Ella
lo miró asombrada y comenzó a reír. No le contestó. Fue hacia él y le dio un
abrazo.
‒Me
imagino la fila de candidatos que debe tener mi adorada Felicitas.
La
joven se puso blanca y comenzó a temblar. Tenía miedo que doña Emma contara lo
sucedido con don Simón y su hijo.
‒Sí,
pero los desprecia‒dijo.
‒¿Hablas
en serio, mamá? Sabes qué pasa, se tiene que enamorar como todas las jóvenes de
su edad que piensan en el príncipe y en toda esa tontería que para ellas es
importante.
‒A
mí me parece que hay que dejar de lado el romanticismo y pensar qué es lo que
le conviene a una niña bonita y con dinero. No es fácil, hijo‒dijo doña Emma
como dando lecciones de moral.
‒¿Es
que no puedes perdonarme lo de aquella noche?‒murmuró Felicitas a su madre‒No
hables más, por favor.
Presa
del llanto, se derrumbó en el piso como si estuviera herida. Se desmayó. Nadie
podía imaginar lo que le estaba pasando. Es que el gesto cruel de doña Emma la
enfermaba; eran demasiados meses soportando las mismas peleas, sus consejos y
mandatos. La cabeza iba a estallarle en cualquier momento.
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Como siempre me parece muy interesante te mando un beso
ResponderEliminarInteresante capítulo, me he quedado con las ganas de seguir leyendo.Besicos
ResponderEliminarConcordo plenamente com o autor.
ResponderEliminarMuito obrigado pelo comentário e pelas palavras de carinho/conforto nele contidas.
Abraços e uma ótima semana para ti e para os teus.
Furtado
Gracias a ti por tu visita.
EliminarTe deseo lo mejor.
Un abrazo.