Buenas y Santas...-Los hijos olvidados (Cap 2 Astuta y rebelde, 3era parte)
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Buenas y Santas... (Cap 2 Astuta y rebelde 3ra parte),
Buenas y Santas...---Luján Fraix
·
Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
marzo 15, 2020
A
la mañana siguiente, Remedios, quien volvía del mercado, hizo señas a Felicitas
para que la siguiera hasta la huerta y allí le preguntó:
‒¿Qué
pasó anoche, señorita, que doña Emma casi ni habló en el desayuno?
‒Pude
vengarme por lo que me hicieron… Tú sabes porque ya te lo he contado. Solamente
te pido que no digas nada a nadie.
‒Pobre
patrona.
Felicitas
levantó la vista.
‒¡Pobre
de mí! ¿Sabes lo que es que te quieran casar a la fuerza con un desconocido,
que no respeten tu voluntad ni deseo? ¿No te parece egoísta de parte de mi
madre semejante actitud?
Felicitas se sentó sobre el tronco de un
duraznero.
‒Usted
tendría que buscar un amor de verdad como yo que lo tengo a Antonio.
‒¿Antonio,
el capataz?
‒Sí,
niña.
‒Yo
no quiero que sufras, Remedios, pero a mí me dijo Bernardino que él quiere a
una mujer imposible.
‒No
es cierto.
‒Averigua
bien. Yo te aprecio y me duele que te ilusiones con alguien que ha puesto sus
ojos en otra.
‒Buenas…
Se
escuchó una voz que venía desde los establos. Era débil como tímida.
‒No
me casaré con usted. Poco me interesa lo que deba afrontar. El castigo y el
desprecio de la sociedad no me importan, solamente quiero ser libre‒dijo
Felicitas en un momento de furia y arrebato al ver a Raúl, el hijo de don
Simón, que se acercaba como contando los pasos.
‒Oh,
niña, qué hombre‒dijo Remedios con un suspiro interminable.
‒Por
favor, le pido que se calme. Necesito hablar con usted‒dijo él y se acomodó,
nervioso, los puños de la camisa.
‒No
quiero que lo vea mi madre. No se ofenda pero yo no me casaré con nadie. ¿Me
oye? Si es necesario seré monja.
‒Una
religiosa vagabunda‒dijo Raúl con ironía.
‒Qué
metáfora es ésa‒contestó Felicitas con alegría en su rostro y demostrando
cierta confianza hacia aquel muchacho que solamente intentaba remediar los
errores ajenos.
‒Es
muy bella, usted. No la veo vestida como hombre.
Felicitas
y Raúl se miraron con picardía. Ella dejó las luchas internas y reconoció que
había sido muy impulsiva e inmadura al actuar así la noche anterior. Envió unas
disculpas a sus padres y se despidió de Raúl rápidamente. Tenía miedo que doña
Emma lo viera; no quería revivir la escena anterior porque sentía algo de
vergüenza, pero, al mismo tiempo, estaba impresionada por el paso que había
dado. Creía que su madre ya no la molestaría con sus absurdas ideas.
Por
aquellos años, las mujeres de clase eran idiotizadas con la educación que les imponían
sus padres, empezando por la religión y después con la elección de un hombre.
Pensamientos retorcidos y llenos de escrúpulos. Lo importante era lo que la
sociedad comentaba:
“No sólo hay que ser
bueno sino parecerlo”.
Las
apariencias debían cuidarse al extremo respetando el pasado, el presente y
hasta el futuro, como si el destino estuviera escrito en algún papiro de seres
cuerdos.
‒¡Madre!‒gritó
Felicitas apoyando el rostro sobre las rodillas de doña Emma que tenía un
aspecto cansado. De espaldas a la luz que entraba por la ventana, parecía una
viejecita.
‒Qué
quieres‒dijo con indiferencia.
‒Pedirle
perdón por mi comportamiento de anoche. Usted sabe que a mí no me importa el
dinero. El amor vale mucho más.
‒Entonces
sigue con tus teorías y a mí déjame en paz que bastante vergüenza me has hecho
pasar. No sólo con esa familia sino con el pueblo que seguro estará comentando
tu falta de educación.
‒Yo
me siento orgullosa porque he crecido. Ya soy una mujer.
‒Tú
no tienes dignidad.
Doña
Emma, entristecida, hacía meses que se encontraba molesta cuando estaba a solas
con su hija. Sentía que los ejemplos de vida que le pudiera dar no servían.
Felicitas se le iba de las manos. La adolescente la escuchaba malhumorada e
intentaba no contestarle pero el corazón se le oprimía porque era su madre:
sobreprotectora, autoritaria, frontal, ambiciosa… pero la amaba.
‒¡Remedios!‒gritó
doña Emma.
‒Sí,
patrona.
‒Dile
a Josefa que prepare la cena temprano porque necesito ir a descansar. Todavía
no he podido recuperarme del disgusto de anoche.
‒Cuando
la pobreza entra caminando, el amor viene volando por la ventana‒dijo Felicitas
que parecía burlarse de las ideas de su madre.
‒¡Remedios!‒volvió
a gritar doña Emma‒Deja, no te apures con la comida porque me voy a la cama sin
cenar.
Las
palabras de Felicitas la habían descolocado por completo. Estaba apenada y
completamente deprimida. Tal vez, se sentía derrotada por su hija que había
crecido sin que ella se diera cuenta.
‒Dime,
Bernardino. ¿Es cierto que Antonio, el capataz, está enamorado de una mujer
misteriosa?‒le preguntó Felicitas a su hermano a la hora de la cena.
‒Creo
que sí‒respondió como un caballero que guarda secretos.
Las
palabras salían de sus labios mecánicamente y Felicitas lo miraba con
curiosidad mientras enrollaba en sus dedos un pañuelo de encaje.
‒Tú
debes pensar en ti y no en los amoríos de otra persona.
‒Lo
que pasa es que a Remedios le gusta Antonio y yo no quiero que sufra.
‒Deja
que la criada luche por su cariño‒dijo Bernardino y se levantó de la mesa.
Felicitas
respiró… Era un suspiro de alivio. Ella se sentía más tranquila. Pensó que su
pregunta fue cruda pero la respuesta resultó ser alentadora.
“Luchar
por amor, qué bonito suena”, pensó.
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Me ha encantado Luján.Besicos
ResponderEliminarMuy bonito. Un beso.
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