Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 3era parte)
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Buenas y Santas...---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
marzo 20, 2020
Antonio
no sabía qué responder ante el acoso de Remedios, quien no se daba cuenta de
que él no estaba interesado en ella.
‒Fui
a hablar con Bernardino porque mañana va a venir el camión jaula y necesito saber cuántos novillos va a vender.
‒¡No
mientas!
‒Digo
la verdad, señorita, y disculpe pero tengo cosas que hacer‒contestó Antonio con
timidez.
‒¡Ven
acá!‒gritó Remedios cuando Antonio ya se había esfumado entre los fardos apilados
para las vacas y caballos‒. ¡Egoísta!‒dijo por lo bajo.
Sentada
a la mesa, la niña Felicitas se hallaba escribiendo. Miró a la criada que venía
del patio embrutecida por las palabras de Antonio. Cerró el cuaderno. Sobre
ellos puso un pañuelo que llevaba atado a la muñeca y se dedicó a limpiar la
pluma.
‒¿De
qué huyes?
‒No
estoy escapando. Es Antonio que me esquiva todo el tiempo.
‒Ya
te lo dije, Remedios. Del capataz se dice que ama a otra mujer. Bernardino me
lo dio a entender, pero como es un caballero no me quiso contar quién era la
dama misteriosa.
‒Niña,
no me diga esas cosas. “Corazón que no
ve, corazón que no siente”‒contestó Remedios atribulada por las palabras de
su patrona.
‒Es
que no quiero que te ilusiones. Los hombres en ese sentido son despiadados. No
les importa decirles palabras bonitas a una mujer porque no piensan demasiado;
tienen un cerebro pequeñito.
‒Pero
Antonio vino hoy a la casa a buscarme…
‒¿Sí?‒contestó
Felicitas como dudando de los comentarios de la criada Remedios.
La
luna surgía a ras del suelo en lo hondo de la pradera y ascendía entre las
ramas de los álamos que, de trecho en trecho, la ocultaban. Luego,
resplandeciente de blancura apareció en el cielo y dejó caer sobre los sembrados
un reguero de luz. Parecía un candelabro a lo largo del cual descendían gotas
de cristal. Era casi de noche.
Doña
Emma con los ojos entornados vio que se acercaba un coche dando grandes
bocanadas de polvo a su paso. Era don Simón y su hijo Raúl.
“¿Y
ahora qué vienen a buscar?”, pensó Emma contrariada por la hora en que se les
ocurría hacer visitas.
‒Disculpe,
señora, estamos de paso. Solamente vinimos a saludarla y a decirle que no se
preocupe por las cosas del pasado. Que la amistad no se turbe por algún
obstáculo sin importancia.
‒Claro‒dijo
su hijo que apareció, tímidamente, detrás de la figura enjuta de don Simón.
‒Pasen
a la casa‒contestó doña Emma desganada porque temía que Felicitas volviera con
su mascarita a dar brincos en círculos dejando al descubierto su osadía de
siempre.
‒No,
gracias‒dijo Raúl observando de reojo hacia la puerta.
‒Buenas…
‒¿Cómo
le va niña Felicitas?
‒Bien,
don Simón. Le vuelvo a pedir disculpas por lo ocurrido aquella noche‒contestó y
miró a Raúl de una manera extraña: pícara, curiosa y cómplice.
‒No
se preocupe, está olvidado. Hasta pronto.
‒Adiós.
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Buenas y Santas... Los hijos olvidados.
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Es una genial novela
ResponderEliminarSiempre me admira lo bien que escribes y la facilidad que tienes al hacerlo.Besicos
ResponderEliminarUn abrazo y salud.
ResponderEliminarque pasada de fragmento. Ganas de mas
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Me alegra mucho que te guste.
EliminarUn abrazo.