Buenas y Santas...Los hijos olvidados (Cap I Madre Tierra-1era parte)
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Buenas y Santas...---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
marzo 14, 2020
Imagen sujeta a libre interpretación |
1-MADRE TIERRA
“Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la
sangre.
Pero te pido como a la madre del niño, lleno
de llanto.
Acoge
esta guitarra ciega
y esta frente perdida.”
Pablo Neruda
ARGENTINA,
1910
SANTA
FE DE LA VERA CRUZ
ESTANCIA
LA CANDELARIA
Doña
Emma terminó de rezar el rosario. Se sentía un poco sola en la estancia La
Candelaria sin su amado esposo Emilio. Ella sabía que tenía que permanecer a la
penumbra de las horas porque le faltaba demasiado camino por recorrer en esas
tierras de lánguidos sauces y de ranchos perdidos bajo la maleza.
“Ya
se viene la inauguración del colegio católico”, pensó.
Ella
formaba parte de su organización junto con las damas de sociedad del pueblo.
Había mucho por hacer en esas propiedades que su esposo Emilio tuvo que
abandonar, a destiempo, por un capricho del destino, cuando el reloj era
solamente una brújula desarticulada y añosa.
Atilio
y Bernardino, sus hijos mayores, se habían ido a otro campo, ubicado cerca de
la estancia, a cultivar noventa hectáreas. Se instalaron con sus tentaciones y
sus remiendos de caballeros andantes y rastreadores innatos.
La casona tenía un gallinero al fondo
sobre el que se recortaban dos miradores blancos. El ambiente era un compendio
de motivos: el camino de carretas, la familia rural, el galanteo amoroso, el
gaucho en traje de pueblo, la ranchería con ombú, la cebada de mates, el
encuentro de paisanos a caballo…
Atilio y Bernardino eran muy amigos
y se complementaban en las labores rurales. Se llevaban muchos años de
diferencia pero no había nada que entorpeciera el horizonte que, como un mapa,
les enseñaba el camino exacto. Sabían que la naturaleza orientaba la fortuna
por todas las regiones en busca de un lugar; podían tener épocas de sequía o de
lluvias interminables porque se hallaban librados al azar. Todo estaba dicho…
Había que seguir en la lucha frente al hechizo de la tierra.
El
campesino esperaba con ansiedad las cosechas para saldar sus deudas y comprar
herramientas nuevas, entonces podían arrendar más campos y continuar con el
ejercicio acostumbrado de la siembra y la cosecha: un ritual ardiente de
soldado.
En
realidad, Atilio no se parecía a nadie de la familia por su tranquilidad; era
un joven despreocupado y demasiado alegre. A veces, ciclotímico.
‒Me
reclama el servicio militar‒le dijo un día a Bernardino bajo el molino de agua‒Voy
a tener que cumplir con la patria.
‒Bueno,
así es la vida. Yo ya pasé por eso‒dijo Bernardino apesadumbrado pues se habían
hecho muy compañeros.
‒Yo
soy hijo de la tierra y volveré porque me lo dice la sangre.
‒Claro,
a todos nos pasa lo mismo. Nuestros padres dieron el alma por este suelo y
nosotros debemos seguir su ejemplo. Además, no nos cuesta nada porque amamos
cada rincón de este territorio. Es la herencia que nos dejaron los antepasados.
El servicio militar obligatorio fue
instituido en Argentina en el año 1901 por el entonces ministro de guerra Pablo
Riccheri, mediante el Estatuto Militar Orgánico de 1901 (ley nº 4301), durante
la segunda y última presidencia de Julio A. Roca.
Se
reclutaba a ciudadanos entre 20 y 21 años y la duración era de 18 a 24 meses. La familia Sagnier, lejos de las
frivolidades, siguió adelante con los ojos cerrados, debatiéndose entre la
prosperidad y los elementos primitivos de un trabajo muchas veces ingrato. Pero
siempre hubo espacio y voluntad para recobrar la energía ante un drama o una
desilusión que les quebró la sonrisa, en ese círculo tan rutinario que los
obligaba a innovar constantemente aunque esa rutina era ley, gloria y honor.
‒¿Es
verdad que papá llegó a matar algún indio cuando era joven?‒le preguntó la niña
Felicitas a doña Emma que estaba tejiendo en la galería que daba a la calleja
de tierra.
‒Nunca
lo dijo pero creo que sí porque desde el día que regresó del campo, después del
enfrentamiento, se quedó mudo varias semanas.
‒Algo
recuerdo‒contestó Felicitas con melancolía‒. Me da lástima esa pobre gente.
Siempre odiaron a los blancos porque les quitaron el territorio. Para ellos
fueron intrusos y abusadores.
‒Así
era… por aquellos años. Los inmigrantes qué culpa tenían si ellos también
tuvieron que pagar con la vida. Los indígenas eran bravos y arremetían contra
las familias. Se llevaban los hijos, las mujeres y mataban los animales.
‒Sí,
pero no deja de conmoverme. Ellos no entendían… (Fragmento)
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Un bonito capitulo del que he disfrutado en los primeros momentos del día.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Mari-Pi. Me alegra que te haya gustado amiga. Un beso.
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