Buenas y Santas...-Los hijos olvidados (Cap 2 Astuta y rebelde, 2da parte)
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Buenas y Santas... (Cap 2 Astuta y rebelde 2da parte),
Buenas y Santas...---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
marzo 14, 2020
‒Perdón.
‒Ya
verás cuando lleguemos a la casa‒le dijo
doña Emma por lo bajo‒. Me las pagarás todas.
‒Tú
me las pagarás‒dijo Felicitas en voz alta.
‒Oh,
mil disculpas.
Don
Simón y su esposa Ángela no sabían qué decir ante ese espectáculo dantesco.
‒Pasen
a la sala, por favor, adelante.
Raúl
era un hombre de mediana edad, de complexión recia, ancho de espaldas, de mirar
osado. Vestía el traje propio de los señores de alta sociedad: gemelos de campo
pendientes de una correa y sombrero.
‒Mucho
gusto‒le dijo a los presentes.
A
Felicitas parecía que la lluvia la había azotado en algún bosque de enanos.
Raúl
estaba impaciente; se notaba que sabía muy bien el plan urdido por sus padres.
‒¿Qué
te ha pasado en el camino?‒le preguntó a Felicitas como para calmar los ánimos.
‒Es
que no tengo nada de señorita fina, me agobia ponerme estos trapos.
‒¿Y
cómo te vistes?
‒Como
hombre‒contestó con desparpajo.
‒¡Niña!
¡Por el amor de Dios! Calla de una vez.
El
ambiente era de pesadilla. Doña Emma hubiera querido que la tierra se la
tragara. Nunca le perdonaría a su hija el mal momento que le estaba haciendo
pasar.
‒Para
el que posee toda la riqueza, estas galerías deben ser tristes pero yo que vivo
en las tinieblas sé lo que es la felicidad de ser pobre.
‒Qué
dices… qué has tomado para hablar así.
‒Pasemos
al comedor‒dijo la dueña de casa que no sabía cómo salvar la situación.
Bernardino y don Simón ya estaban sentados a la mesa tomando algo y tratando
algún tema rural de esos que apasionan a la gente de campo. A Raúl se lo notaba
contrariado igual que a doña Emma y Felicitas parecía ebria pues sus ojos
brillaban como achispados. Iba descalza: sus pies denotaban familiaridad con el
suelo, con los charcos y los abrojos.
‒Parece
que la inundación se llevó parte de la soja‒dijo, de repente, don Simón.
‒Todavía
algo se puede rescatar. Este año hemos sufrido desastres climáticos
irreversibles, pero por suerte tenemos toda la cosecha asegurada.
‒Nosotros
algo también pero uno se tiene que morder los labios de impotencia frente a las
inclemencias del tiempo.
‒Siempre
ha sido así, don Simón.
‒¿Y
tú qué sueñas para tu vida?‒le preguntó doña Ángela a Felicitas.
‒Dicen
que yo no sirvo para nada. Soy una vagabunda.
‒¡Nos
vamos!‒respondió, con énfasis, doña Emma‒. Muchas gracias por todo y disculpen
las molestias ocasionadas.
‒Pero
si todavía no han servido el postre.
‒Nos
retiramos, don Simón. Le pido mil perdones. Ya tendremos oportunidad de hablar.
‒Gracias
por la visita‒dijo doña Ángela.
Raúl
no sabía qué pensar de la situación, era obvio que la niña Felicitas estaba
actuando y eso le causaba simpatía. Se la veía bella a pesar de su rudimentario
atavío y de la libertad de su pelo suelto. Su elegancia era salvaje y no
vagabunda.
‒¡Qué
muchacha tan malcriada!‒dijo doña Ángela cuando se quedaron solos.
‒Yo
diría astuta‒contestó Raúl.
‒Rebelde
y sucia.
‒No,
para mí inteligente. Pienso que les dio una lección a todos, especialmente a la
madre.
‒No
me gusta esa jovencita‒dijo don Simón‒. Yo creo que no sirve más que para
estorbo.
En
el auto, Felicitas no hacía otra cosa que reír y doña Emma estaba a punto de
colapsar de furia e impotencia. Bernardino, quien conocía demasiado a su
hermana, sabía que con ella no se podía jugar y que, en el fondo, la
comprendía, aunque le daba pena haber llegado a esos extremos. No era
necesario. Seguramente, el pueblo no se cansaría de hablar de ellos como si
fueran seres embrutecidos, sin escuela ni modales. Entre las malicias y las
sutilezas, con ignorancia y rusticidad.
‒Qué
vergüenza‒murmuraba doña Emma.
‒Robar
es una vergüenza‒contestó Felicitas con ironía.
‒Mira
Bernardino en qué se ha convertido tu hermana, una joven intelectual, de buena
familia y de principios.
‒Yo
creo que ya es una mujer y que debe ser respetada como tal.
‒¡Qué!
Ahora la defiendes. Siempre dijiste que era caprichosa y que se notaban sus
indicios de rebelión, pero que no había que preocuparse. Mira las diabluras que
hizo…
‒A
los ricos les gusta farolear porque están llenos de vicios y pecados.
‒¡Basta!
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Uy me encanta tus personajes en especial los femeninos son muy humanos.
ResponderEliminarGracias amiga, son casi reales. Me inspiro en la gente común. Un beso grande.
EliminarQue bien escribes!!, da gusto leerte, un abrazo.
ResponderEliminarAy Mari-Pi qué lindo sería tener lectores como tú. Besos
EliminarFelicitas es todo un personaje, Luján!!!
ResponderEliminarBesos, querida amiga :)
Gracias Verónica. Un abrazo.
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