Buenas y Santas... -Los hijos olvidados (Cap I Madre Tierra, 3era parte)
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Buenas y Santas... (Cap I Madre Tierra 3ra parte),
Buenas y Santas...---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
marzo 14, 2020
‒Sí…
eso comparto‒contestó doña Emma mientras seguía ocupada con el tejido.
‒¿Usted
cree que la niña Felicitas está perturbada por ese recuerdo?
‒No
sé, porque también hablamos del hijo de los Neder.
‒Tal
vez, la niña piensa que quieren que se case con él obligada.
‒¡Qué
ignorante eres! Obligada no es la palabra sino enamorada.
‒No.
El amor es otra cosa. Se siente muy dentro cuando el corazón se acelera, la
respiración se corta y…
‒¡Eso
es como la muerte, mujer!
‒No,
patrona‒dijo Remedios suspirando‒. Cuando uno se enamora no puede vivir sin él,
quiere desvanecerse en sus brazos, necesita sentir el calor de su cuerpo y el
latir de su pecho y…
‒¡Ya!
Deja de hablar bobadas.
En
ese tiempo, el amor y el sexo ocupaban gran parte de los pensamientos de
Remedios. Solía perseguir a Antonio, el capataz, por las caballerizas.
‒Tú
cuídate, yo sé por qué te lo digo‒dijo doña Emma mirando a Remedios por encima
de las gafas‒. Los hombres solamente quieren pasar el rato.
El
deseo que sentía la criada por el capataz era tan ciego que no veía a su alrededor,
ni entendía razones. Eso la volvió imprudente. Olvidó los modales y el decoro
de una señorita. Remedios tenía veintidós años y la pasión se le escapaba por
el brillo de la mirada.
‒Mucha
mujer para el Antonio‒decían los peones con cierta envidia, sin advertir que el
destinatario de ese cariño ni la miraba. Para él Remedios no existía porque
amaba, en silencio, a otra mujer.
La
criada se deslizó por el pasillo que llevaba a los cuartos en la planta alta y
escuchó un llanto.
‒Niña,
no llore. ¿Por qué no me cuenta qué le pasa? Yo, tal vez, la puedo ayudar.
Felicitas
abrió la puerta despacio y dejó ver su rostro bañado de lágrimas.
‒Pasa
rápido antes de que mamá nos descubra hablando tonterías a sus espaldas.
‒¿Qué
ocurre?
‒No
quiero ir a la cena porque mi madre y don Simón se han puesto de acuerdo para
que nos casemos.
‒¿Casarse?
¿Quiénes?
‒Nosotros.
El hijo de don Simón se llama Raúl. Yo no lo conozco, no lo vi en mi vida. ¿Te
das cuenta? Estoy desesperada, no me quiero casar con nadie. ¡No! ¡Si me
obligan me voy de monja!
‒Niña,
qué dice…
‒Bueno,
entonces que no me arrastren a tomar decisiones drásticas. Ve y convence a
mamá. Dile que estoy enferma, que me duele todo‒dijo Felicitas y se tiró sobre
la cama envuelta en un cobertor con flores púrpuras.
‒Y
si es lindo muchacho: atractivo, rubio, de barba de tres días y conversación
vehemente.
‒¡No
se puede hablar contigo, Remedios! Te dispersas todo el tiempo, te da lo mismo
una cosa que otra. Eres cabeza hueca, mujer.
Felicitas
era bonita, de pelo oscuro con grandes ondulaciones y unas pestañas largas que
destacaban sus ojos tímidos. No aceptaba órdenes, tenía su carácter. Se parecía
a su madre. Por eso siempre discutían porque doña Emma se sentía dueña y señora
de la voluntad de sus hijos. Quería dominar el destino de cada uno tratándolos
como si fueran niños. Es que su temple la dejaba, en ocasiones, sin gobierno. Debía
ser más diplomática, pero ésa no era una de sus cualidades.
‒Remedios.
Ven acá. ¿Por dónde andas? Te necesito para que me aconsejes.
‒¿Yo
a usted?
‒Qué
vestido te parece mejor para la cena de mañana. El azul con doble falda de
satén bordado o el color uva con encajes en las mangas y broche de perlas.
‒Oh…
no sé. Los dos son hermosos. Los trajo de Francia, ¿verdad?
‒Sí,
en un viaje.
‒También
tienes que orientar a Felicitas, aunque ella tiene un montón de trajes para la
ocasión.
‒Creo
que la niña no va a ir a esa tertulia.
‒¡Tertulia
no, cena!
‒Bueno,
como se llame…‒dijo Remedios pensando en qué excusa inventar para ayudar a
Felicitas.
‒Dice
que no se siente bien. Mire, con todo respeto, no la obligue. Es tan triste ver
sufrir a un hijo.
‒Y
tú qué sabes si no te has casado y no tienes hijos que yo sepa… Mira, mejor no
opines de algo que no entiendes y que nadie te ha preguntado. La vida no es
fácil para una mujer sola, soltera y con dinero. Ella necesita protección como
la tuve yo. Lástima que la perdí tan pronto cuando mis dos maridos fallecieron
de manera súbita.
‒Ella
puede encontrar el amor verdadero sin necesidad de apurarse así. Es tan bonita
y dulce.
‒Felicitas
sueña con las pepas de oro; acá somos todos campesinos y nos conocemos
demasiado. Eso es una ventaja.
‒Ella
sufre, doñita.
‒Sal
de mi vista y ve a amasar el pan. No te quiero cerca con tus chismes.
💗💗💗
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... mejor no opines de algo que no sabes.... jejehe... si se callara la gente... un saludo ... y feliz verano aquí.....
ResponderEliminarAdoro como escribes, te mando un beso
ResponderEliminarHe pasado a saludarte desde mis vacaciones y me ha encantado lo que has extraído del libro. Abrazos
ResponderEliminarTiempos en que las opiniones contaban poco.
ResponderEliminarOtro buen momento de lectura.
Feliz día