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jueves, 14 de noviembre de 2019

La novia ¿Ella regresó por amor? (10ma parte)



Mientras tanto, y a pesar de tantas conjeturas, no atinaba a otra cosa que seguir amarrado a una vida estéril de gritos, miedos y culpas. ¿Qué podría hacer para salvarse? ¿Hasta cuándo duraría esta situación?. Estaba deprimido pero tenía que continuar hasta el fin que esperaba con ansiedad.

Él sabía de la significación profunda que poseen los instintos, tanto aquellos que procuran un bien como los que conducen al dolor y al aniquilamiento. La lucha por la existencia es solamente una búsqueda de posibilidades para lograr una vida mejor. Salvador sabía que habitaba con sus demonios desde los quince años cuando aquel padre que tanto amaba le dijo adiós. Ahora, cargando todos sus pesares, era humillado y marginado por su propia familia que lo quería destruir sin miramientos.

-Eres frágil, hijo, pero tienes que poner lo mejor de ti para salir adelante. Si te alejas de ellos te ayudará, vete por un tiempo.
-No puedo, no puedo…
Salvador parecía aferrarse al dolor. ¿Amaba a Dolores a pesar de todo?. Parecía haber perdido noción de la realidad; sin embargo, podía resolver problemas relacionados con sus negocios y actuar de manera coherente frente a sus empleados.

Escondió el arma entre sus ropas y se fue para la casa con la convicción de que algo se le iba a ocurrir para acabar con el misterio, con su vergonzoso temor y con los problemas de autoestima que lo venían atormentando desde siempre. Hasta pensó en el espíritu de su padre que intervenía, desde el más allá, quitándole el arma de las manos.

No pudo lograr paz porque al llegar a la casa Dolores había organizado una fiesta, sin avisar y sin preguntarle a él sobre el tema. Salvador se quedó dentro del auto y allí pasó la noche, entre la soledad y el frío, con un desgarrador sentimiento de culpa.

Por su casa desfilaban personajes que nunca había visto; seguramente, eran amigos de Roberto. Entre ellos estaba Dolores disfrutando de esa reunión de jóvenes como si tuviera la misma edad. Todo resultaba ser desprolijo porque, a pesar del bullicio, la escena parecía sombría. En el banco del jardín había una mujer de mediana edad, de cabello rubio, muy delicada, que tomaba una taza de té. Salvador se inquietó por aquella aparición. Se distrajo un momento para mirar hacia la calle porque escuchó un ruido y cuando volvió la vista ella había desaparecido.

Al rato, pensó que no estaba seguro de haber visto a aquella mujer pero una rara sensación le hizo sentir deseos de conocerla, sin advertir que la banqueta en la que supuestamente estuvo sentada no existía.

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