Querida Rosaura (Cap I, 3era parte)
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Querida Rosaura---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
noviembre 28, 2019
Magdalena era rebelde y no aceptaba
la pobreza; quería progresar, arreglar la casa que estaba descolorida, colocar
unas cañerías nuevas y comprar algún auto. En el patio trasero donde el tío
Agustín tocaba el acordeón, Magdalena criaba gallinas y luego vendía los huevos
en el pueblo. El dinero lo colocaba en un frasco de vidrio y lo enterraba en el
piso de tierra del galpón de las herramientas, justo debajo de un carro de
lechero. Ella tenía miedo que llegaran los ladrones a robarle el fruto de su
sacrificio, ese pequeño aporte que no alcanzaba para nada porque no había
tregua para el consumo diario. Había que remontar hasta la cima todos los días,
sin parpadear, con el deseo de regresar del desengaño para hermanarse con el
mundo.
Magdalena veía cómo vivían sus
hermanas en San Jerónimo Sud. A la residencia llegaba el doctor Horacio Santos
a atender a la mamá Isabel que era muy frágil de salud; ellas se peleaban para
recibirlo y lo acosaban con el anhelo vehemente de lograr su cariño. Él era
demasiado perspicaz y suponía de antemano esos argumentos que le causaban
gracia. No imaginaba rendirse ante los requerimientos amorosos de esas mujeres
un tanto absurdas en el manejo de los sentimientos. Emancipadas y triunfantes
parecían cobardes frente a la anacrónica prisa de quien las ignoraba y dejaba
su modorra en esos patios y bajo el verde parral.
¿Por qué ellas viciaban con razonamientos
fatuos las emociones y el amor?. Nadie entendía el porqué de esa conducta que
las precipitaba a un retiro obligado. ¡Es que eran tan especiales!. Sagaces,
calculadoras, ambiciosas y bonitas…, pero nada de eso alcanzaba para lograr la
felicidad que las hermanas no tenían a pesar de los esfuerzos y el dinero. No
sabían recorrer el camino del amor con sus etapas y sus pasos envejecidos por
la sabiduría. El loco inventor de sueños le ocultaba el éxtasis que se consumía
en el rubor de las candelas.
La gente de la población las
conocía y ningún hombre se atrevía a acercarse a hablarles porque, seguramente,
sería desestimado con un epíteto grotesco. Sólo tenían que presentar un
renombre profesional: abogado, médico, arquitecto…
Para el bautismo de Rosaura
eligieron a Isabel, hermana de Magdalena y muy diferente a todas. Ella era
suave, dócil y cariñosa. Amaba a la niña como si fuera su propia hija; tenía
deseos de protegerla porque, a pesar de ser un bebé, sentía que Rosaura se
hallaba a la intemperie como si fuera huérfana. Es que Isabel veía a Magdalena
fría y a Juan muy distante, eso le daba temor y, a veces, tenía la sensación de
que debía suspender su matrimonio. Las manitas tibias alborotaban su sangre con
besos cautivos que pedían asilo. El desgarro tenía la aspereza del llanto que
se internaba en los cimientos de la casa, en las chapas de zinc de su techo,
entre los gorriones y la lana de las ovejas.
José, su novio, era comerciante y
vivía en Marcos Juárez (Córdoba). Isabel tendría que alejarse, después de su
boda, a esa ciudad para empezar una nueva vida. Su futuro esposo era un humilde
vendedor de almacén que no ganaba dinero pero que sentía mucho amor por Isabel
a pesar de que José Shalli, su suegro, no lo aceptaba:
-¡Otro pobre en la familia! ¡Qué
destino! Para eso las eduqué con tanto sacrificio. Si sabía me quedaba en
Italia.
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