Los gatos del campanario. No te duermas... (9na parte)
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La novia ¿Ella regresó por amor? (9na parte),
La novia---Luján Fraix
·
Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
noviembre 12, 2019
-¡Susan!-gritó.
-Sí,
acá estoy.
-Diles
dónde hallaste el revólver el otro día.
La
mujer, anonadada, parecía no comprender y comenzó a temblar.
-No
sé de qué habla-dijo como en un murmullo.
-¡Vete!-volvió
a gritar Salvador.
Esa
noche, Salvador sintió desprecio por la humanidad. Los odiaba a todos. Trató de
ordenar el caos de sus ideas y despejarse, pensar con tranquilidad. Su cabeza
era un pandemonio: pensamientos negativos, rencor, preguntas, resentimientos y
recuerdos. ¿Por qué a él todo le resultaba tan difícil?. Su tristeza se
transformaba en un mal humor histérico.
“Ellos
gobiernan mi vida”, pensaba.
Pero
él lo permitía porque se sentía preso de un destino mecánico capaz de seguirle
el juego a los otros, pero desangrándose de dolor.
A
la mañana, sin mirar a nadie, casi como un autómata, se fue por la calle ancha;
era fácil adivinar la sensación de asco y de vacío. Él estaba en peligro. La
veía a Dolores fría, húmeda y silenciosa como las víboras y a su hijo un
verdugo que venía a darle el último hachazo. Pensó en los diálogos que tendrían
a espaldas suyas, los razonamientos y deducciones. Estaba convencido de que
querían deshacerse de él para tener libertad y dinero.
De
pronto, se arrepintió de haber llegado a
esos extremos, con la costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras.
Recordó la mirada de Dolores fija en sus ojos mientras escuchaba sus preguntas
con cinismo. Se sentía una frágil criatura en medio de un mundo miserable que
lo atosigaba hasta dejarlo sin respiro.
-¡Hijo,
qué sorpresa!-le dijo su madre cuando lo vio llegar.
-Vine
a hacerte compañía, ¿me sebas unos mates?
-Claro
mi amor.
Cuando
Úrsula caminó hacia la cocina, él se acercó al armero pues necesitaba adquirir
un revólver o algo parecido para defenderse de algún desmán. Buscó algo pequeño
entre tantas armas que tenía su padre.
-No
puede ser-exclamó.
En
un extremo, casi imperceptible, se encontraba el revólver, el que tanto había
buscado. Ya no comprendía nada de lo que estaba pasando.
“¿Quién
habría llevado el arma hasta la casa de su madre?, Dolores, Roberto… o Susan.
¿Quién?”, pensó desconcertado.
-Hijo,
qué te ocurre que te noto tan alterado. Ya veo que te has peleado con Dolores
otra vez.
Salvador
se quedó en silencio porque estaba abatido. Sintió que una mano tomaba su brazo
con ternura. Esa voz débil y dolorida le decía:
-Tendrías
que separarte.
No
podía evitar la idea de que Dolores representaba la más atroz de las comedias y
que él era, entre sus manos, un hombre ingenuo al que se engañaba con cuentos
fáciles para dejarlo tranquilo. Salvador no era un niño. Sus dudas fueron
envolviéndolo todo como una liana con su monstruosa trama. El hecho resultaba
ser tan absurdo e impropio que pensó que estaba delirando, no podía ser verdad.
Era una alucinación propia de alguien que padecía ciertas patologías mentales o
eran los otros quienes querían hacerlo pasar por demente para recluirlo en
algún lugar. Esos sitios de los que no se vuelve…
Continuará...
Continuará...
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