La niña de tus ojos

 


Amelie agitaba sus manitas con la intención de juntar el sol entre sus dedos. Cada día estaba más bella y se parecía a su progenitora: una mujer especial, sufrida, transparente, como una hoja de papel. Rebeca imaginaba que aquellos ojos grises la miraban desde algún lugar y la hacían sentir una ladrona, alguien que había sido despiadada. Era una sensación espantosa que ella misma se encargaba de disipar porque en verdad así no habían sido los hechos, pero…

¿Quién es la persona que puede someter a juicio a un condenado? No existe.

Rebeca sabía que había hecho lo único que, en ese momento tan drástico, era posible. Renunciar a Amelie era como negar la vida. Ella la tomó así como Dios se la daba: despojada, libre, pura y misericordiosa.

‒¡Ya llegamos a casa!‒gritó eufórico el tío Arthur.

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LA ÚLTIMA MUJER
-1912-
Un naufragio
El baúl de perlas.
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