El gato negro

 


 El cura salió corriendo como si hubiera visto al mismo Satanás. Letizia se levantó despacio de la mecedora con el crucifijo, recogió el gato que dormitaba a sus pies y se recluyó en las oscuridades. ¿Qué había visto o escuchado el religioso que lo llevó a huir de esa manera? Tal vez, conocimientos paranormales, la metamorfosis de una mujer simple o la locura; quizá la habría reconocido, pero nadie sabía de su ríspido itinerario ni siquiera ella misma porque era una persona sin pasado.

Los inquilinos desconfiaban de sus actitudes pero la respetaban porque así lo quería Socorro que era la dueña.

-¿Sabe de dónde viene?

-No importa, déjala en paz porque no molesta a nadie.

-Es que parece un ánima; usted le vio los ojos hundidos y fijos, la piel alba y su cuerpo anémico.

-Mujer, no es un muerto.

-Pues… se parece mucho, señora.

Socorro por primera vez sintió un temblor en sus piernas que la hizo apoyarse en la columna del alero.

-Lleva un gato negro, ¿la vio?

-Ese gato es de Manuel, el vecino de enfrente que lo maltrata entonces el pobre animal viene a buscar refugio y comida a la pensión. No me hagas asustar, mujer, que no soy de hierro.

-Yo que usted averiguaría, no dormiría de noche, llevaría un fusil, llamaría a algún exorcista, rociaría con agua bendita los rincones…

-¡Basta ve a hacer los trabajos!

Socorro se hallaba fuera de sí; trataba de no escuchar los comentarios de su amiga pero, en el fondo, sentía cierto escozor cada vez que la miraba a Letizia moverse por el cuarto o atender a los ingenuos que se acercaban a pedir medicinas para sus males.

*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
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