"Un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida" Henrik Johan Ibsen

 


En medio de la noche, Felicitas creyó oír la voz de un moribundo. Se envolvió con una cofia, especie de ropón con capucha, y quiso salir del cuarto. Una luz que pasaba por las rendijas de su puerta le dio temor, pero se tranquilizó al escuchar los pasos de Bernardino y su voz que se mezclaba a lo lejos con el relincho de los caballos. Bajó los escalones y salió a la oscuridad. Necesitaba hablar con Antonio. La puerta estaba abierta, la empujó. El capataz dormía con la cabeza inclinada sobre una butaca; su mano había dejado caer la pluma y un papel.

“Debe estar cansado, pensó.

El papel decía: Querida… Su corazón palpitó y sus pies se clavaron en el suelo pero al mismo tiempo le pareció mejor dejarlo dormir. La horrible realidad no debía perturbarlo porque era sólo de ella. Huyó por el jardín al oír unos pasos. Sentía los efectos de un profundo dolor y de aquello que nos hace creer que los pensamientos están grabados en la frente. Al darse cuenta, por fin, de la fría desnudez de su casa, Felicitas se sintió pobre. El rancho de Antonio tenía lo que le faltaba a cada ladrillo de su lujosa estancia.

La joven había temblado cerca de él, apenas pudo tenerse sobre sus piernas cuando llegó a aquel cuarto.

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
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