La última mujer (Cap 2 Los Vigías-2da parte)
¡Qué
maravilla! Las compartiría con su padre, por fin se daría los gustos y podrían vivir
como un Cooper se merecía, dignamente. Un abuelo millonario y un nieto casi
mendigo. ¡Qué absurdo! La sociedad lo veía injusto, una situación que podría
ser subsanada con la generosidad de quien todo lo tenía a su alcance, pero que
no podía ser posible. Mark Cooper era egoísta y avaro. Un abuelo diferente a
otros que se desvivían por los nietos, una persona insensible. Eso pensaba Alan
del anciano a quien no quería porque su padre le había enseñado una lección. No
se avergonzaba por eso, adoraba a Harry con sus defectos y frivolidades.
Deseaba que fuera feliz disfrutando de la fortuna que le pertenecía.
“Tengo
que poner a rodar una piedra que comience rápido a girar para lograr que otras
entren en movimiento, es una cadena”, pensó mientras contaba los billetes que
le había dado Mark. Alan permanecía envuelto en una frialdad insolente y
oscura.
‒¿Qué
estás planeando?‒le preguntó Harry al verlo tan callado.
‒¿Sabes
que el abuelo se va de viaje?
‒¿Dónde?
Hace años que no sale de la casa.
‒En
un crucero con Rebeca y el marido. Un barco lleno de ricos que viven a costa de
los pobres y que se mofan de ellos. ¡Malnacidos!
‒Odio
la alta sociedad ‒comentó Harry con resentimiento.
‒Son
soberbios, dan asco. Pero no te preocupes, yo mismo me ocuparé de ponerlos en
el lugar que se merecen… Rufianes.
‒Bah…
nosotros no podemos hacer nada.
‒Yo
sí puedo‒respondió con seguridad Alan al comentario de Harry que parecía ajeno
a los pasos que iba dar. Él no tenía tantas ambiciones. Sabía de su reputación,
de lo que la gente pensaba de él y no estaba dispuesto a cambiar ni a enmendar
los errores.
‒Me
voy a jugar a los naipes, nos vemos a la noche. ¿Trajiste dinero? Guárdalo,
ahora no lo necesito.
‒Está
bien ‒contestó Alan con un hilo de voz. Estaba aturdido por las ideas que se
agolpaban en su mente como soldados ciegos y torpes.
La
habitación espaciosa estaba rodeada de armarios de cristal y amueblada con un
espejo de luna montado sobre las columnas y una mesa de nogal. Tenía tres
ventanas por donde entraba la luz de la mañana con rejas y arabescos egipcios.
El fuego de la chimenea se tornaba difuso, tendía a apagarse… La primavera era
inminente. Wilson se hallaba sentado con un periódico en las manos, leía sin
ver. Rebeca todavía no había preparado ni la mitad de las cosas que iba a
llevar. Se la veía entusiasmada.
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